Billete rojo contra billete verde: así podría resumirse el enfrentamiento que parece perfilarse en el mercado de cambios. Según los analistas financieros, si existe una divisa capaz de llegar a competir un día contra el dólar como pivote del sistema monetario internacional, esa sería el yuan chino. Extraña ambición para una moneda que ni siquiera es convertible.
Pero, no obstante, Pekín prepara paso a paso la internacionalización del yuan, llamado también renminbi (“dinero del pueblo”). Este proceso se lanzó en el momento más oportuno, cuando en todas partes se pone a juicio la supremacía del dólar.
A primera vista, todo concurre para que el yuan incremente su fuerza. Para empezar, está la formidable e inevitable expansión económica de China: en 2010, los chinos tuvieron un crecimiento económico de 10,3%, cifra que hace palidecer de envidia al llamado “mundo industrializado”. La República Popular ha desplazado a Japón del sitial de segunda economía mundial. En 2009, le quitó a Alemania el título de campeón mundial de las exportaciones de bienes manufacturados.
El taller del mundo es también un coloso financiero, con 2,8 billones de dólares en reservas de divisas. En pocas palabras, es evidente el desfase entre el peso económico y el papel casi insignificante de la moneda china.
Pero China no está dispuesta a liberalizar de inmediato su modelo de cambios. No quiere que su divisa se aprecie rápidamente y considera que su sistema financiero todavía está poco desarrollado para soportar flujos de capital de gran importancia. Pero se inquieta por su dependencia respecto del dólar: una moneda debilitada por el déficit crónico de Estados Unidos y causa, según Pekín, de la gran inestabilidad del mercado de cambios. En reacción a esto, China quiere promover el uso internacional de su propia divisa.
En el plano comercial, China despliega desde hace dos años una diplomacia del yuan al servicio de sus intereses económicos. Esta estrategia se dirige en primer lugar a intensificar sus relaciones con sus vecinos, a quienes promete un crecimiento más dinámico que los países desarrollados en los años por venir.
Se han multiplicado las cuentas en renminbi para hacer transacciones entre las empresas chinas exportadoras y los países de la Asociación de Naciones del Asia del Sureste (Asean). El yuan se impone poco a poco como moneda de negocios en el ámbito regional; según el banco HSBC, dentro de cinco años, la tercera parte de los intercambios de China se facturarán en renminbi, la mayoría de los cuales estarán destinados a los países emergentes.
Otro eje de desarrollo: la creación en Hong Kong de un centro experimental, una especie de laboratorio donde se pueden adquirir e intercambiar productos denominados en renminbi. Este nuevo mercado suscita curiosidad y apetitos. Los inversionistas incluso ya le encontraron un sobrenombre: el mercado de los bonos “dim sum”, en referencia al célebre plato de la cocina cantonesa. Como prueba de este entusiasmo, en el segundo semestre de 2010, dos multinacionales estadounidenses, el fabricante de maquinaria pesada Caterpillar y el gigante de la comida rápida McDonald’s, lanzaron sus primeros préstamos en yuanes.
La estrategia iniciada por China es inédita. Y no hay nada que permita predecir su desenlace.
Nadie espera que China realice su revolución monetaria de la noche a la mañana; no es cosa de ponerle fin al control de capitales ni dejar que el yuan fluctúe libremente. Pero, “las experiencias pasadas muestran que la convertibilidad y la suspensión de las restricciones sobre los movimientos de capital siempre han precedido el uso internacional de una moneda, y no a la inversa”, advierte Paola Subacchi, economista del centro de estudios británico Chatham House.
Fuente: "Diario EXPRESO", jueves 30/2011